Cuando el visitante anotó el primer gol, el fin de semana recién pasado, el desagrado nació de inmediato en las gradas de El Teniente. Rememorar tiempos amargos y oscuros del pasado, es como una condena social que nos persigue. Se levantaron los fantasmas y no pocos dijeron, entre la rabia e impotencia, que se venía la goleada.
Con exiguas armas y cero espíritu de superación, O´Higgins se rindió frente a los iquiqueños, que con un juego rápido, cohesionado y eficiente, liderados por el campeón de América, Edson Puch, sellaron en pocos minutos el cotejo. Lo extraño del temprano momento, es que los locales mantuvieron su esquema mezquino y nunca cambiaron la forma ni el fondo para enfrentar el contratiempo.
Es más, ya abajo en el marcador, los “Celestes” seguían defendiendo, inexplicablemente, con ocho hombres, incluido el portero Peranic. Eso provocó que la presión visitante se hiciera más visible y maciza, que los laterales pasaran una y otra vez a línea de fondo y que los volantes, como Enzo Hoyos, destruyeran la pobre táctica rancagüina. ¿El resultado?, si bien no fue un baile, Iquique puso la música que quiso y a todo “chancho”.
Jamás existió un indicio que iluminara el camino, peor aún, a los 7 minutos del complemento, el estadio explotó de fervor, alegría e ironía: el técnico Juan Manuel Azconzábal se hizo expulsar absurda y voluntariamente. Nunca había sido testigo de un hecho así, ocasión donde tu propia fanaticada festina y aplaude, que de una vez saquen a su propio entrenador.
“Lo que no hacen los dirigentes, lo hizo el árbitro”, gritaron muchos al unísono. Sin embargo, ni la salida del argentino egoísta con el fútbol, logró enderezar lo que él mismo construyó al inicio de temporada. Ya se cruzaron los cables y la química se extinguió. Ni aunque gane a los porrazos, las horas de Azconzábal son cada vez menos, más aún cuando el sábado se retrasan 60 minutos.